Eso ocurre cuando, algún día, la persona en cuestión significó demasiado para ti, dio sentido a gran parte de tu vida e incluso llegó un momento en el que no imaginabas un futuro en el que no estuviera, y entonces.. Se alejó. Algo pasó y todo se vino abajo.
Esa persona era la única con la que te sentías a salvo del resto del mundo. No es que fuera excesivamente fuerte -que también-, es que te daba fuerza, la necesaria para seguir y para enfrentar todo lo que llegara. Y ahora que sientes que le has perdido totalmente y para siempre vuelve todo eso que te hacía temblar, temblar de miedo y no de frío. Eso que hacía que se te erizara la piel cuando retumbaban miles de momentos en tu cabeza y chocaban unos con otros produciendo en tu mente miles de sensaciones contradictorias. Eso que llevabas tiempo sin experimentar, porque sólo se producía cuando sentías que se alejaba.
Otras veces has sentido ese miedo antes, pero no tan fuerte, no durante tanto tiempo, y no sin estar tan segura de que esa sensación ha venido para quedarse. Ahora es tiempo de acostumbrarse, como ya ha pasado en otras ocasiones, a ausencias, a intentos fallidos, a caídas, a echar de menos...
Después de tanto tiempo, de haber alcanzado el momento en el que era inimaginable un futuro sin esa persona; de tanto compartido; después de tantos miles de momentos, sin duda todos memorables; de tantas, tantísimas palabras; de detalles, siempre pequeños detalles que marcaban la diferencia.. Es imposible que sitios, canciones, olores, situaciones, no me traigan su cara o su voz a la mente. Y eso es lo verdaderamente jodido, tenerle sólo en tu mente sabiendo que, ya de forma definitiva, no podrás volver a disfrutar de todo eso. Todo lo que abundaba en el tiempo en el que la felicidad se medía en mordiscos.